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Extraido de (El giallo italiano. La oscuridad y la sombra. Edición a cargo de José Antonio Navarro. Nuer Ediciones Madrid 2001) Pags.- 244-248
OJOOOOOOOOOOOOOOOOOOO CONTIENE SPOILERSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
EL ASESINO HA RESERVADO NUEVE BUTACAS DE GIUSEPPE BENNATI Por Ramón Freixas Al despuntar el decenio de los setenta, se dibuja en el giallo una tendencia temática que insemina sus propuestas vistiéndolas con motivos/explicaciones sobrenaturales. Cabe considerar, por ejemplo, el tándem de Emilio P. Miraglia, La notte che Evelyn usa dalla lomba (1971) y La dama rosa mata 7 veces (La dama rossa uccide sette volte, 1972), donde todo se resuelve en un plan diabólico para adueñarse de una herencia y con la utilización de una maldición y una falsa muerta como instrumento de venganza, respectivamente; u otro dúo a cargo de Armando Crispino, El dios de la muerte asesina otra vez, (Letrusco uccide ancora, 1972) y, en especial Tensión (Macchie solari, 1975), al introducir una razonable duda sobre los límites de lo real y la lógica de la sinrazón. Otrosí, la penetración en el giallo de contaminantes elementos pertenecientes al horror gótico retiene una nutrida representación nominativa, concurrida por obras como El justiciero rojo (La vergi-ne di Norimberga, Anthony Dawson, alias Antonio Margheriti, 1963), II mostró di Venezia (Diño Tavella, 1966), La bestia uccide a sangue freddo (Fernando Di Leo, 1971), La morte ha sorriso all'as-sassino (Joe D'Amato, alias Aristide Massaccesi, 1973) o los dos títulos antecitados de Miraglia. Ambas corrientes se aclimatan en El asesino ha reservado nueve butacas (Lassassino ha ríservato nove poltrone. Giuseppe Bennati, 1974). De la variable preternatural recoge la maldición familiar y sanguinaria que planea sobre Patrick Davenant (Chris Avram), dominado por fuerzas oscuras que afectan a su cordura, desarrollada en el palacio del que es propietario, donde permanecen encerrados un grupo de sufridores en carne propia de los asesinatos previamente aventados (de los nueve convocados sólo uno saldrá con vida). En la opción gótica se resguarda el topoi del palacio/castillo medieval como espacio aglutinador de las tropelías de un enmascarado, disfrazado con una máscara grotesca, con capa y guantes, ocupado en la sistemática eliminación de los personajes con esmerada ferocidad. Bennati, que se conoce a sus clásicos (literarios y cinematográficos), siembra el relato de puntuales citas (visuales y verbales) que en algunos casos despistan más que refuerzan la intensidad de la narración. Si bien desestima con prontitud la horma de los Diez negritos, de Ágata Christie, se divierte más con el culterano (y delator) apunte a Edgar Alian Poe en el (pre) desenlace de la historia, un guiño para navegantes, o con la (liviana) referencia a El fantasma de la Ópera, de Gastón Leroux (mucho más pertinente y perversa en Opera, Darío Argento, 1987) por mor del vestuario del asesino y su devenir por los corredores, pasadizos, bambalinas (lugar de uno de los crímenes, el de Doris, Lucretia Love) del viejo teatro. Eso sí, rehuye con celeridad caer en la cárcel (semántica y dramática) del educado y aburrido whodunit —quién lo hizo: el descubrimiento del misterioso culpable a mitad del metraje no hipoteca el recorrido de la ficción, aunque, ¡ley de giallo obliga!, se reserva una pirueta final—, para beneficiar un agradecido hervor fantástico —cf. la imposibilidad de Lynn, Paola Senatore, y Hamilton, Gaetano Russo, de abrir las puertas de la mansión, la aparición de un espectro que reafirma la condena a muerte de los presentes, la puerta que se abre inopinadamente y permite la salida de Vivían, Rosanna Schiaffino...—, apurar un cuestio-namiento de las fronteras entre lo real y lo irreal, la razón y lo irracional. A Giuseppe Bennati le interesa, aparte de avivar el rescoldo de \ofantastique, bucear en los ambiguos, tensos, complejos vínculos que unen (y atan) a los actantes (un heterogéneo conjunto de nobles, artistas, burgueses...), antiguas dependencias sentimentales (ex amantes, nuevas parejas amorosas) o económicas que alientan el tupido bosque de la narración y favorecen el estallido de los conflictos personales. De este modo, el castillo, trampa mortal, en cuanto los personajes están bloqueados en su interior sin posibilidad de salida —situación pareja a la presentada en El ángel exterminador Luis Buñuel, 1962, y al igual que al aragonés, Bennati lo aprovecha para el desenmascaramiento de las relaciones sociales— en espera de su ajusticiamiento, devendrá un espacio de muerte, sí, pero también un reducido espejo de la condición humana, hecha de amor, odio, envidia, venganza, ambición, infidelidad... Sin grandes alardes, pero contando con personajes con espesor, disponiendo de unos diálogos con intención, afirmando una puesta en escena desusadamente elegantes contraria al escaparatismo formal, imantada sobre movimientos de cámara que al pulsar el rarefacto ambiente del castillo, al recorrer las dependencias del teatro o al captar los cortinajes mecidos por el viento puntúan, generan un sugestivo clima de angustia, desazón y turbulencia; Bennati consigue que la transgenérica (giallo, fantástico, horror) El asesino ha reservado 9 butacas vuele a gran altura, decline una rara poética de la putrefacción (moral) y se confirme como una de las piezas más absorbentes y suliveyantes del género. El film, último dirigido por el cineasta, un discreto y ecléctico todoterreno, cumple (y cumplimenta) alguna de las claves del género. La crueldad en las maneras de matar: el ahorcamiento de Russen (Howard Ross), la estrangulación de Patrick Davenant o la muerte de Rebecca (Eva Czemerys), acuchillada con ferocidad en el bajo vientre, amén de ser crucificada (incluye plano de detalle: el clavo en su mano), ¿por su condición de lesbiana?, reflejo de ese odio a la mujer (de matriz misógina, por momentos religiosa) y penalizador de una sexualidad "desviada" (por no heterosexual) que salpica el menudillo del higadillo del giallo'... por no mencionar la composición macabro-pervertida que el asesino realiza con los cadáveres de Rebecca y Doris. Y ese morceau de bravoure, ejemplo de tensión y pavor, que es la alocada huida emprendida por Lynn y Hamilton con destino final en la cripta familiar. O, también, el recurso al voyeurismo, tema de cabecera del giallo, hermanado a la pulsión erótica. No ya la imagen (reiterada) del ojo dilatado del maníaco ni la dimensión del ataque al globo ocular. Nos referimos a la circunstancia del entrometido que observa el recreo, esparcimiento sexual de una pareja: cf. cómo Rebecca contempla las aproximaciones de Lynn y Hamilton, o la pupila de Patrick Davenant registradora de los meneos de la ebúrnea Lynn. Con todo, el aspecto más sustancioso radica en su tímida pero no desechable reflexión acerca de los mecanismos de la ficción. Veamos. Un teatro, una representación (dentro de la representación), una maldición ancestral, la repetición punto por punto de los anunciados crímenes, la muerte de Kim (Janet Agren) en el escenario, interpretando, víctima de un falso cuchillo auténtico... Vivir (morir) una historia ya verificada. ¿El imperio de la metaficción? Ni tanto ni tan calvo. Giuseppe Bennati no es ni Jorge Luis Borges, ni Philip K. Dick, ni Alain Robbe-Grillet pero... nos apartamos de los volatines posmodernos... sin irnos demasiado lejos. Y al final la penitencia (cuando llegan los invitados al palacio es noche cerrada) concluye al irrumpir el alba, con la rediviva (¡ese apuñalamiento feriado!) Vivian escapando de la casa. Se ha disuelto la pesadilla, pero la luz no arrastra, elimina el prurito de lo sobrenatural, de lo fantástico...
NOTAS 1 En el asesinato de Doris y Rebecca se promulga un ¿curioso? acto, no requisito sine qua non pero sí activo expediente en el giallo: el homicida desnuda a las víctimas, les arranca la ropa en el instante previo de desgarrar su carne... muy a tono con el espíritu voyeur del género, siempre a beneficio de inventario del gozoso espectador.
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